Rapea como Eminem, canta como cualquiera de los Marley, pero en vez de hablar de dreadlocks y marihuana, invoca al mesías que está por llegar y homenajea a Jerusalén. Es un religioso judío con barba y vestido de negro que canta reggae y se mueve con soltura en el rap. Un nuevo espécimen de la industria de la música popular que es locura en Estados Unidos y que, con rapidez, empieza a transformarse en una estrella pop. Le dicen Matisyahu, su nombre real es Matthew Miller y nació en Pensilvania hace 27 años.
Hace algunos meses, Matisyahu se presentó en el Ragga Muffins Festival, el evento de reggae más importante de EE.UU. y su éxito fue tan potente que los puristas del ritmo jamaiquino tuvieron que aceptarlo. En todo caso, no era algo meramente gratuito: los miembros de la religión rastafari se consideran la tribu perdida del pueblo de Israel.
Con tres discos en el cuerpo -el más reciente, “Youth”, acaba de ser editado en Chile-, Miller puede jactarse de ser el fundador del reggae jasídico, un estilo que está inspirado en el Jasidismo, movimiento místico judío que surgió en Europa Oriental en el siglo 17.
En todo caso, para que Matisyahu llegara a mezclar religión y música, tuvo que pasar mucho tiempo. Alumno de un colegio hebreo, siempre estuvo amenazado con ser expulsado. A los 14 años, tocaba bongó y aprendió a hacer beat box (percusión vocal). Después de casi quemar por completo la sala de química, se fue de camping a Colorado. Fue ahí, en las Montañas Rocallosas, que él se dio cuenta de que Dios existía.
Como su curiosidad espiritual se prendió, Matisyahu viajó a Israel, donde pasó el tiempo rezando y explorando su mente. Luego abandonó el colegio, se fue a recorrer Estados Unidos siguiendo a la banda hippie Phish, tomó LSD y -sólo cuando estaba sin un peso- volvió a casa. Estudió reggae y hip-hop, fue a sesiones de rapeo, canto, beat vox y así empezó a desarrollar su sonido único.
¿Cómo conectó la música con la religión? Descubrió la Carlebach Shul, una sinagoga pro-hippie donde se cantaba. De esa manera combinó las reglas del judaísmo con la cadencia del rap. Y, de paso, demostró que aquel chico que antes no encontraba su lugar en el mundo, ahora lo tiene en sus manos.
Autor: Rodrigo Guendelman
Fuente: Las Últimas Noticias