En los ’90, la violencia en el oeste africano estalló e hizo colapsar varios países. Los “diamantes de sangre”, más allá de una taquillera película, constituyen una escalofriante realidad y son la moneda de cambio que financió la masacre prolongada en países como Liberia y Sierra Leona.
Tras las codiciadas piedras, está el execrable rostro del libanés Charles Taylor, el más inescrupuloso ganador con el negociado de los diamantes. Este delincuente internacionalmente buscado, desestabilizó Sierra Leona cuando su país se le hizo chico y financió al Revolutionary United Front, mayoritariamente conformado por jóvenes y niños que con armas en mano, sembraban el terror entre la sociedad civil. Por otro lado, el ejército no lo hacía nada de mal al combatir a los rebeldes, evitando esfuerzos para distinguir amigos de enemigos.
Consecuencia de tan terrible coyuntura, millones de refugiados escaparon de sus tierras para aferrarse a la vida en algún campamento fronterizo para allegados. Se requirieron dos Misiones de Paz de la ONU y la intervención de comandos especiales británicos para conseguir un armisticio tan frágil como dudoso.
En este sangriento contexto, nace la banda a la que va dedicada esta crónica, como la voz de los sin voz, como relatores de vivencias extremas que reflejan a sus pares, cuyo único fin era ayudar a disminuir en alguna medida el sufrimiento de su pueblo.
Reuben M. Koroma, fundador y frontman de los All Stars esboza el azaroso comienzo del grupo: “Cuando pisé un campo de refugiados por primera vez, estaba muy confundido. Así, comencé a buscar algo que me pudiera entregar claridad y me topé con la música. Pregunté en el lugar si había gente que supiera tocar algún instrumento o que sintiera lo que yo estaba sintiendo en ese momento. La música nos dio esperanza para sobrellevar la vida en el campo, nos ayudó a sobrevivir”.
Con instrumentos entregados por alguna organización de caridad, estos refugiados comenzaron a hacer música y entregar pequeñas alegrías a su gente, y luego a gente de otros campamentos, y así sucesivamente.
Una vez concretado el anhelado proceso de paz, los Refugee All Stars vuelven a Sierra Leona, específicamente a Freetown, su capital, para dar vida a su primera placa llamada “Living Like a Refugee”, una mezcla conmovedora de reggae con sonidos tradicionales del oeste de África.
Paralelamente, un equipo audiovisual de Estados Unidos encabezado por los directores Zach Niles y Banker White siguió por años los movimientos de esta particular agrupación, registrando las actividades que realizaban en los diferentes campos de refugiados. Una vez concluidas las filmaciones, las imágenes se plasmaron en un documental que recibió el premio del público en el festival Internacional de Cine de Miami del American Film Institute, y que además, circula por algunos canales de la televisión por cable.
Tras las codiciadas piedras, está el execrable rostro del libanés Charles Taylor, el más inescrupuloso ganador con el negociado de los diamantes. Este delincuente internacionalmente buscado, desestabilizó Sierra Leona cuando su país se le hizo chico y financió al Revolutionary United Front, mayoritariamente conformado por jóvenes y niños que con armas en mano, sembraban el terror entre la sociedad civil. Por otro lado, el ejército no lo hacía nada de mal al combatir a los rebeldes, evitando esfuerzos para distinguir amigos de enemigos.
Consecuencia de tan terrible coyuntura, millones de refugiados escaparon de sus tierras para aferrarse a la vida en algún campamento fronterizo para allegados. Se requirieron dos Misiones de Paz de la ONU y la intervención de comandos especiales británicos para conseguir un armisticio tan frágil como dudoso.
En este sangriento contexto, nace la banda a la que va dedicada esta crónica, como la voz de los sin voz, como relatores de vivencias extremas que reflejan a sus pares, cuyo único fin era ayudar a disminuir en alguna medida el sufrimiento de su pueblo.
Reuben M. Koroma, fundador y frontman de los All Stars esboza el azaroso comienzo del grupo: “Cuando pisé un campo de refugiados por primera vez, estaba muy confundido. Así, comencé a buscar algo que me pudiera entregar claridad y me topé con la música. Pregunté en el lugar si había gente que supiera tocar algún instrumento o que sintiera lo que yo estaba sintiendo en ese momento. La música nos dio esperanza para sobrellevar la vida en el campo, nos ayudó a sobrevivir”.
Con instrumentos entregados por alguna organización de caridad, estos refugiados comenzaron a hacer música y entregar pequeñas alegrías a su gente, y luego a gente de otros campamentos, y así sucesivamente.
Una vez concretado el anhelado proceso de paz, los Refugee All Stars vuelven a Sierra Leona, específicamente a Freetown, su capital, para dar vida a su primera placa llamada “Living Like a Refugee”, una mezcla conmovedora de reggae con sonidos tradicionales del oeste de África.
Paralelamente, un equipo audiovisual de Estados Unidos encabezado por los directores Zach Niles y Banker White siguió por años los movimientos de esta particular agrupación, registrando las actividades que realizaban en los diferentes campos de refugiados. Una vez concluidas las filmaciones, las imágenes se plasmaron en un documental que recibió el premio del público en el festival Internacional de Cine de Miami del American Film Institute, y que además, circula por algunos canales de la televisión por cable.